Querido Fernando:
¿Sabes?, cuando era pequeño solía levantarme temprano en agosto para acompañar al servicio a recoger los huevos del gallinero. Sólo en verano utilizábamos la hacienda de Tres Pinos, que era cuidada el resto del año por Alfonsa y el borracho de su marido, los guardeses de papá. Pues como te decía, Alfonsa, acompañada por una muchacha del servicio de nuestra casa en Madrid, siempre esperaba un poco antes de ir al gallinero por si yo quería acompañarlas. Me encantaba la mezcla del olor a guano de gallina con el de campo concentrado de Alfonsa y el de polvos de tocador de la muchacha de Madrid. Era la máxima cota de nivel sensorial. Y aquellos huevos grandes, calentitos, sucios unos, limpios otros -los menos-, qué delicia. Luego, en la cocina, me decía Alfonsa: ¿El señorito va a querer bizcocho para la merienda? No sé ni para qué lo preguntaba, sabía de sobras que sí, pero también sabía que iba a querer ver cómo rompía los huevos, cómo salía ese interior denso y se mezclaba con la harina en el lebrillo de barro cocido.
Igualito que ahora. Hoy he sacado un par de huevos del frigorífico para hacerme una tortilla francesa -la muchacha ha ido al hospital a ver a su madre- y vaya porquería. Esmirriados, fríos, limpios, la clara líquida como el agua... Y para colmo le ponen unos números en la cáscara que no entiendo. Pero lo que más me inquieta es el hecho de que le hayan metido a la gallina una impresora en el culo. En fin, tiempos modernos.
Un abrazo.
viernes, 17 de diciembre de 2010
Tiempos modernos
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Lo peor de todo, Joaquín, es que la caligrafía de la impresora se corresponde con ciertos modelos antiquísimos de rollo de papel continuo.
ResponderEliminarEs una crueldad, porque bien podrían haber escogido algo más sofisticado y, sobre todo, menos voluminoso.
Estoy de acuerdo contigo, Alejandro. Esos números son de impresora matricial, con el tamaño que tienen esos aparatos. Pobre gallina.
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