Querido Fernando:
Te habrás enterado de que últimamente estoy llevando a cabo tareas impropias de mi condición. Pero no, no hagas caso de esas habladurías que señalan cierta precariedad económica en mi familia. La gente es muy envidiosa, sobre todo aquella que intenta paliar la falta de buena cuna a base de talonario. Catetos. Pues como te decía, tengo problemas con el servicio y me estoy viendo obligado a realizar trabajos como uno de ayer que quería referirte: Transporté un microondas estropeado al llamado Punto Limpio -no he visto un nombre más cursi, y sobre todo inapropiado, en mi vida para un sitio infecto, lleno de despojos de todo tipo, vamos, una enciclopedia de la inmundicia-. Por cierto, que se me quedó el maletero del Jaguar hecho un asco. Según mis instrucciones, debería parar en la puerta y preguntar al operario en qué contenedor tendría que depositar el fallecido. Pues con esa idea me acercaba cuando un humilde me hizo señas metros antes de la entrada. Sabes que a pesar de mi condición, no me duelen prendas en atender al pueblo, así que paré y baje la ventanilla. El hombre aquel me preguntó muy cortésmente si llevaba algo que le pudiera proporcionar unos eurillos en la chatarrería. Un microondas, dije. Está en el maletero. Sírvase. Al pobre muchacho se le iluminó la cara y se dirigió hacia la trasera del coche dando gracias. No pensaba yo que fuera para tanto hasta que reparé en la carga de su carrillo: alambres, pequeñas estructuras metálicas, restos de un ventilador... en fin, nada comparable a un microondas-horno de acero inoxidable que en su día costó más de 700 euros. El hombre tomó aquella carga pesadísima en sus brazos y en vez de depositarla en el carro, que estaba muy cerca del maletero, volvió con ella hacia la ventanilla para darme las gracias de nuevo.
Sólo al alejarme -más saludos del humilde por el retrovisor- fui consciente de su aspecto. ¿Crees que era rumano? No. ¿Gitano quizá? Tampoco. ¿Negro? Pues no. ¿Y viejo? Que no. Era un señor normal y corriente, con acento de la zona y una expresión y cortesia propias de haber pisado en su día un centro educativo, joven (unos treinta) y vestido adecuadamente, aunque con ropa de mercadillo. Eso sí, la miseria la llevaba incrustada en una pátina mugrienta que cubría ambos, piel y ropa. Había conocido tiempos mejores, estaba claro. Sólo espero que en las próximas elecciones no vote al que lo ha dejado así.
Un abrazo.
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Similar experiencia a la entrada de un funeral en una parroquia: señor de unos 50 años que no sé si pide o es del barrio "bien" donde en ese momento estoy. No extiende la mano. Dudo. Al final, a la salida, cuando ya se ha ido la gente, le pregunto. Y me confirma que pide pero que nadie se da cuenta por cómo va vestido y por cómo pide: en silencio y sin extender la mano, solo con la mirada.
ResponderEliminarQuizás más allá de Zapatero (que no tengo duda de que sea un desastre) también haya que preguntarse por muchos mangantes e irresponsables no solo de la "casta" política, sino de la empresarial y otras. No creo que venga solo de un lado. Saludos y enhorabuena por la entrada.
Pues tienes razón Aurora, los males nunca manan de una sola fuente, lo que pasa es que Joaquín es muy visceral y ahora la ha tomado con Zapatero.
ResponderEliminarUn beso.
Pues lo que debemos hacer, Aurora, es echar a ZP y todos esos mangantes al maletero del Jaguar... y nada de soltar la carga antes de entrar, si es necesario dejamos también el coche -bien cerrado- en el punto limpio.
ResponderEliminarYo lo tengo claro, Joaquín, a la hora de votar;
ResponderEliminary la papeleta no es de color de rosa.
un abrazo