Querido Fernando:
Qué sensación tan curiosa la de la fobia, sobre todo por los dos adjetivos que la acompañan siempre: absurda e inevitable. El primero la hace descartable, mientras que el segundo lo impide. En mi caso debo admitir que tengo fobia a los pelos de apariencia mojada que algunas mujeres suelen lucir en la calle. Me resulta muy desagradable calcular la sensación que esa melena húmeda debe provocar al contacto con la piel durante todo el día, sobre todo en invierno. Y lo peor es que no puedo evitar hacerlo a pesar de su falta de fundamento; he ahí la irracionalidad de la fobia.
Todo esto viene al caso de que ayer me dirigía a la cocina a preparar algo de comer -de nuevo problemas con el servicio- y cuando encontré dónde estaba dicha estancia me di cuenta de algo terrible. Llevaba en la mano un cigarrillo encendido. Paré inmediatamente. Hay gente a la que le repugna el fumar aunque disfracen esa fobia de profilaxis, y nos han metido en la cabeza que su ejercicio en determinadas áreas (por no decir todas) es asqueroso por cuanto dañino. Así las cosas, me quedé en el umbral de la puerta un buen rato meditando sobre el particular. Pensé que si el humo del tabaco está compuesto por un octavo de gases y siete de micropartículas sólidas de origen vegetal, ¿qué tiene de inmundo?
Distinto, muy distinto, sería el caso de un sujeto que aliviara su presión interna, de forma audible o no -esto es importante para el razonamiento como verás más tarde-, mientras realiza sus labores culinarias. En ese caso, el aire se vería contaminado no sólo por los gases sino también por micropartículas de heces, parte de las cuales se depositarían sobre los alimentos. El grado de repugnancia se vería aumentado por el carácter personal de la emisión, esto es, se trata de un depósito de origen humano por una parte, e individual por otra. Nos encontraríamos no sólo ante un hecho repulsivo, sino ante una intromisión de una persona en nuestra intimidad. Y no solo por eso es distinto el caso; lo es también porque si alguien fuma mientras cocina, el hecho queda patentísimo, mientras que si alguien libera silenciosamente su congoja interna, nadie fuera de un radio indeterminado de metros notará la felonía. Ojos que sí ven, oídos que no oyen.
Total, que visto lo visto y teniendo en cuenta que uno es un señor y no hace porquerías, me adentré en la cocina al tiempo que exhalaba una placentera bocanada.
Un abrazo.
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